Relatividad y Bolsa

Se cumplen ahora 100 años desde que Albert Einstein formuló su famosísima Teoría de la Relatividad, una revolucionaria evolución de la Física que pudo poner a la Humanidad en el camino de comprender mejor fenómenos que eran inexplicables mediante los postulados de la Física tradicional. Simplificando mucho las cosas, el gran Einstein vino a decir que todo es relativo y que depende de la magnitud de las variables y que en movimientos desarrollados a partir del umbral de un 10% de la velocidad de la luz el tiempo no es una constante, ya que tiende a curvarse.

¿Inexplicable, verdad? Por eso era un genio y todo el mundo lo asumió como tal. Particularmente, me quedo con el concepto de que todo o casi todo es relativo. Y si en algún sitio todo es relativo, además de en la política española, ese lugar es la Bolsa. Asistimos a diario a fenómenos sin explicación alguna que tendemos a tratar de interpretar, pero la interpretación que vale para hoy seguramente será inválida del todo para mañana.

El mercado «tradicional» era un lugar donde la oferta y la demanda de acciones se reunían, se expresaban, cuadraban operaciones y los índices solían reflejar bastante fielmente lo que pasaba en el conjunto del mercado. Pero todo evolucionó y, sobre todo, aumentó exponencialmente la velocidad del mercado.

Antes, entre que entregabas la orden de compra o de venta en el banco y que se materializaba efectivamente podían pasar hasta cinco días. Ahora se hace todo en segundos, cuando no en menos. La velocidad de rotación de los activos se incrementó de la misma manera y el volumen de negocio creció en consonancia. Apareció el mercado electrónico y con él se generalizó la práctica del «day trading», hasta entonces reservada a cuatro gatos que podían asistir físicamente a las sesiones bursátiles y tenían acceso al intermediario de turno.

Los «barandilleros», así llamados porque se apostaban en la barandilla del parqué de la Bolsa de Madrid, fueron sustituidos hace ya muchos años por personas inconcretas al otro lado de un ordenador. Hace unos días, la Bolsa de Madrid decidió prohibir el paso a sus instalaciones a los pocos que seguían reuniéndose allá para, a través de un ordenador instalado en una esquina del patio de operaciones, seguir la evolución del mercado e intercambiar sus experiencias, como habían hecho toda la vida.

De igual forma aumentó de forma desmedida la variedad de activos en los que invertir. Siempre existieron los futuros sobre materias primas, pero se popularizaron los futuros sobre índices, aparecieron las opciones, los warrants, los ETFs… y todo esto tiene su reflejo en los mercados de acciones. No hay más que ver cómo aumenta el volumen cada tercer viernes de mes, cuando vencen opciones, y mejor no hablar del espectáculo al que se asiste a cada tercer viernes de mes final de trimestre, con los vencimientos de futuros. Los intereses en juego son muy variados y poderosos y ya no tienen tanto que ver con la oferta y la demanda entendida de forma global.

Pasado el tiempo, la tecnología llevó al límite las posibilidades y apareció el denominado «trading de alta frecuencia», en el que una operación está viva en el mercado apenas segundos. No está al alcance de cualquiera, sino de quienes dominan el mercado. Los grandes bancos y sus mejores clientes (esos que tienen cantidades indecentes de dinero que no podríamos imaginar ninguno de nosotros) las usan a destajo y se calcula que las tres cuartas partes del volumen negociado en una sesión corresponde a este tipo de operaciones. Pero sólo se supone porque son tantas y tan rápidas que el mercado se tiene que fiar de lo que declaran los propios propietarios de la tecnología y se sospecha que no declaran ni la mitad de lo que hacen…

Y desde hace unos años hay otro factor que opera decisivamente en el mercado: los bancos centrales. Todo comenzó con Alan Greenspan, el hombre al que le tocó lidiar con el «crash de 1987» recién aterrizado en la presidencia de la Fed. Lidió como pudo la crisis y se dió cuenta de que sus palabras, sus gestos, hasta sus silencios, eran interpretados por el mercado. No digo que otros presidentes de la Fed anteriores a Greenspan no influyeran en el mercado, que lo hicieron, pero Greenspan fue el primero que generalizó esta influencia de forma habitual. Su famoso lenguaje críptico era más escrutado por los analistas que los rumores de la URSS por lo que entonces se llamaban «Kremlinólogos».

De ahí a la manipulación directa de los mercados por los bancos centrales solo hubo un paso porque en realidad se convirtieron en una máquina de manipular la economía. El famoso «aterrizaje suave» de la economía americana propiciado por la Fed en la era Greenspan da muestras claras de hasta qué punto un Banco Central puede influir en todo lo que le rodea. Pasaron de ser el banco de bancos y depositarios de las reservas a ser un elemento activo, muy activo, en el devenir de la economía y, por supuesto, de los mercados.

Ahora asistimos a la tiranía de los bancos centrales y la especulación en base a datos estadísticos de dudosa fiabilidad. En general, los mercados están cada vez menos pendientes de la evolución de tal o cual empresa. Se acuerdan de ellas una vez al trimestre cuando presentan resultados o cuando aparece un analista subiendo o bajando un precio objetivo que casi siempre está superado ya por los acontecimientos.

Ahora, lo que se lleva es interpretar si el dato de empleo americano es bueno o malo para las perspectivas de los tipos de interés a corto plazo, sin tener en cuenta que la fiabilidad de tal dato es tan mala que hemos asistido a correcciones posteriores realmente escandalosas. Más de uno piensa mal y se pregunta por qué aparecen determinados datos cuando aparecen…

De ahí a la exacerbación del «dato de las cuatro de la tarde» solo hay un paso. Que si el PMI, que si la confianza del consumidor, que si las reservas de petróleo, que si el ISM, que si… Cada mes está de moda uno y cuando menos uno lo espera lo que se valora es otra cosa. Son los analistas los que deciden si era acertado ponerse corto tras un buen dato de empleo que previsiblemente hará subir las posibilidades de un aumento de los tipos de interés. Más de uno se quedó con cara de tonto cuando alguien decidió que ese gran dato de empleo merecía unos largos a mansalva, cuando en muchos meses anteriores fue unánimemente obsequiado con cortos por doquier…

Y así, hasta el infinito. Como bien dijo Einstein, cuando aumenta la velocidad, aumenta la complejidad. Y, esto lo digo yo, cuando las cosas dejan de ser simples, los que mandan son los que tienen la sartén por el mango. Y mientras no se demuestre lo contrario, en el mercado mandan los que tienen más dinero que los demás, los medios para moverlo más sigilosamente que el resto y acceden a la información más rápidamente que nadie.

Que ganemos o perdamos depende cada vez más de la suerte de estar inconscientemente alineados con los intereses de quienes realmente pueden mover el mercado y que, de hecho, lo mueven. Póngale el nombre que quieran. Para unos se llamará Yellen, para otros (menos) Draghi, para algunos Soros y para los más aguerridos, Goldman. Todo lo demás, desde el análisis a los indicadores, es relativo.

¡¡Buen trading!!

NOTA DEL AUTOR. Todo lo expuesto en este artículo es fruto de mi análisis, que es el resultado de años de formación y trabajo. Si te ha gustado, me haces un gran favor si lo compartes en las redes sociales. Mis análisis los publico exclusivamente con fines didácticos y no representan en absoluto una invitación a realizar operación alguna en el mercado, ni con acciones ni con ningún otro instrumento financiero. Si quieres profundizar en el estudio de los indicadores de amplitud, tanto en nuestro libro como en nuestro foro encontrarás las herramientas necesarias para hacerlo. Si necesitas una primera aproximación, nuestra Guía Rápida del Sistema puede servirte como aproximación a lo que hacemos.

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